De pronto entendí que el mundo rural se resiste a desaparecer del todo y crece sobre los tejados de la ciudad. Es un hecho. La imagen no deja lugar a dudas. Es como si un pueblo de la meseta hubiera ido trasladando su emplazamiento poco a poco, a modo de nido de cigüeña, hasta convertirse en un lugar habitable donde no llegan los ruidos del tráfico rodado y la vida amortigua su afán.
Pero lo que más me ha sorprendido es que ahí viven muchos de nuestros conciudadanos, algunos de los cuales nacieron en esos áticos de adobe y han pasado toda la vida deambulando entre tejados, sin abandonar las azoteas. Hoy conocí a uno de ellos, que se jacta de no haber bajado nunca a la calle.
Desde la cumbrera donde habita se ve el edificio de Hacienda. Adivinándome el pensamiento, anticipó su respuesta y me dijo:
- Nunca, ni siquiera para entregar mi declaración de la renta, pues accedo a las oficinas a través de la escalera de incendios, que me viene mejor.
- ¿Pero tú haces la declaración? -pregunté-, pensé que quienes vivís en este supramundo de las cigüeñas no érais objeto de control por parte de la Administración.
- Efectivamente no nos controla la Administración, pero no por vivir cerca del cielo, sino por el NIF. Nuestro documento sólo tiene dos dígitos, como los de la familia real. Al igual que ellos, somos opacos al sistema.
(Por ahí abajo está la Plaza Mayor de Palencia. Al fondo, la Delegación de Hacienda)
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