Supongamos que existiera la ciudad dorada de Burnas, cerca de Minneapolis, en Minnesosta. Supongamos que allí un edificio de manpostería de piedra hiciera esquina a dos calles orientadas al sur y al oeste, rotuladas con los nombres de Ciriaco de Mesina y Arturo el Grande, respectivamente.
Supongamos que la piedra diera cobijo a un grupo insensato de cuáqueros adoradores de la coronilla de Jesucristo, a cuya advocación dedicaran una novena de plegarias, plena de bendiciones y limosnas.
Supongamos que todo es falso, excepto la coronilla. ¿Cómo revertir entonces la historia y convertir la piedra en un sillar patrio? ¿Cómo lograr que las calles miren a poniente y que se llamen, pongamos, Jorge Manrique y Gil de Fuentes?
La solución está en la foto que hoy os traigo (homenaje que hago a Roan Mueck, el prodigioso escultor australiano empeñado en dar volumen a la intención).
Si os fijáis bien, para que el supuesto imaginado pase a tangible realidad, basta con hermanar Burnas con Palencia y suscribir un tratado de tú a tú entre Minnesota y la Junta de Castilla y León.
Lo demás, lo tenemos, incluidas las cuáqueras, esas monjitas sin cerebro que veneran la inventada coronilla mientras el Jesucristo titular huye despavorido, en pelotas, por la ventana.
Feliz novena.
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