Durante la costosa rehabilitación de esta iglesia --que pagamos todos no siendo nuestra--, apareció en el muro un extraño hueco. A un cura desocupado se le ocurrió de inmediato la idea de situar allí, a ras de suelo, la escultura de una Virgen de medio metro, tras una reja y poner un plato a sus pies para recabar la limosna del piadoso viandante. Sobre la pared, un arquitecto generoso, amigo del cura visionario, accedió a costearle un azulejo de talavera con la leyenda "Nadie pase por aquí sin saludar a María y decirle con amor no me olvides, madre mía". Al poco tiempo este cura bobo retiró el vacío plato limosnero y colocó una tupida celosía de alambre, para que no le llovieran a la Virgen toda suerte de objetos residuales: envoltorios de chicle, palotes de chupa-chups, condones usados. A pesar de lo cual la Virgen del Agujero sigue ahí, añorando tiempos medievales y recordando a las viejecitas piadosas que podrían ir a visitarla de no ser porque ahora son dependientes y no pueden salir de casa, pues sufren en su silla de ruedas los recortes de Rajoy. Y los ciudadanos laicos palentinos que nos esforzamos cada día en crecer como personas racionales, también sufrimos de añoranza y nos acordamos del cura visionario. Y de la madre que lo parió. |